El robot

MARIANO HAMILTON/REVISTA UN CAÑO

El partido entre Real Madrid y Juventus y la sanción del penal en el último minuto dejó un dilema técnico.

Por un lado, cuando la jugada se ve en primera instancia, parece un penalazo. Lucas Vázquez está sólo frente al arco, Benatia llega desde atrás y el jugador del Madrid se desmorona ante el mínimo contacto. Conclusión, el juez Michael Oliver sancionó el penal.

Luego, cuando se la ve en cámara lenta y desde todos los ángulos, también se percibe que Lucas se está tirando unas décimas de segundo antes de la llegada de Banatia y que el contacto entre ambos jugadores es mínimo. Igual, repito, queda la sensación –al menos para quien firma esta columna– de que es penal.

Pero hablábamos de dilema técnico. Y el punto es que el juez Oliver podrá ser un gran árbitro pero es pésimo lector del momento en que decidió sancionar. En otros términos, no tuvo calle. Fue un tecnócrata sin sentimientos. Un robot que no entiende nada del juego. Porque, y no es menor, la no sanción del penal no significaba la eliminación del Real Madrid. No. El partido seguía. Había media hora de alargue y, en el peor de los casos, si nadie se sacaba ventaja, la definición desde el punto del penal. Es decir, el Madrid todavía tenía vida. Y para coronar su falta de timming, lo echó a Buffon. ¿Qué esperaba? ¿Que nadie se quejara?

Ahora bien. ¿Con esto queremos decir que no se deben cobrar penales en los últimos segundos de un partido decisivo? No. Decimos que no se deben cobrar penales discutibles en los últimos segundos de un partido decisivo. Porque no se debería dejar de lado lo que había conseguido la Juventus (3-0 en el Bernabeu) y que pitar un penal en esa circunstancia amerita que nadie, pero nadie, pueda poner en duda esa decisión. Y este no es el caso.

Dicho de otro modo: si ese penal se cobraba a los 20 minutos del primer tiempo en el partido entre San Lorenzo y Mineiro, nadie discutiría ni medio segundo. Pero si, como ocurrió, se sancionó a los 93 minutos de un cuarto de final de los Champions después de que la Juventus remontara un resultado adverso de 3 a 0, no hay dudas de que va a ser protestado por toda la humanidad. Y los jueces no se pueden abstraer de las consecuencias de las decisiones que toman. Y no hablamos sólo de lo deportivo.

O sea: podría haber sido penal (yo creo que sí, pero es una opinión más entre millones) pero este tipo de penales no se cobran en estas circunstancias. Nada que pueda ser discutido debe decidir dramáticamente el rumbo de un partido. Por eso es un dilema técnico. El principio en la justicia siempre es el mismo: presunción de inocencia. Y, ante la duda, abstenerse de condenar a alguien. Y Oliver, con su sanción, condenó a la Juventus.

¿Te reíste de la derrota del Barcelona en Roma? ¿Gritaste con Buffon? La ciencia llama a lo tuyo: ‘Schadenfreude’

JAVIER SALAS/REVISTA LÍBERO

Esas palabras de Ronaldo —“el verdadero”, según Mou— todavía resuenan en el ‘timeline’ de Twitter de millones de fanáticos argentinos. El exfutbolista brasileiro se mofaba de los albicelestes, derrotados por Neymar en un amistoso, y así servía fría su venganza tras las carcajadas argentinas por el 7-1 encajado por los de Scolari contra Alemania. “Alegrarse de las derrotas ajenas es antideportivo”, nos dirá un moralista. “Es fútbol”, responderá un fanático. “No, es humano”, zanjaría un científico. Eso de disfrutar de las derrotas ajenas, deportivas o no, de las cagadas, las caídas, los fracasos de los demás, es terriblemente humano y tiene un nombre en alemán: ‘schadenfreude’. Un concepto que sólo tiene nombre propio en ese idioma y que está muy estudiado en la ciencia. Se ha comprobado que vive agarrado a nuestros genes casi con la misma fuerza que las ganas de reproducirnos. Y no siempre es un sentimiento frívolo. Alemania, agosto de 1936. Un niño alemán asistía junto a su padre a cada jornada en el Estadio Olímpico de Berlín para disfrutar de las pruebas de los Juegos. El pequeño, asqueado con el trato que el régimen de Hitler daba a los judíos como él, tomó partido visceralmente en contra de sus compatriotas: vivía cada victoria del equipo ario como un mazazo. “Desafortunadamente, muchos atletas alemanes lo hicieron tan bien como para conseguir un buen puñado de medallas. Yo me las tomaba todas como insultos personales”, describiría más tarde este niño, el reconocido historiador Peter Gay.

Pero las victorias extranjeras en el corazón de Alemania le proporcionaban grandes satisfacciones. Gay recuerda con especial emoción la victoria de EEUU en los relevos 4×100 femeninos: “Una de las mayores alegrías de mi vida”. Gay no iba con EEUU, sino contra Alemania. La Alemania nazi. Como ven, este caso de ‘schadenfreude’, desearle una rabieta a Hitler, quizá sea uno de los sentimientos más sanos de la historia. No obstante, no merece la pena perder el tiempo en debates morales, porque forma parte de nuestra naturaleza y desde que somos muy críos. Un estudio reciente mostraba que incluso niños de dos años disfrutan con el mal ajeno en un experimento algo retorcido. Los menores veían de lejos a su madre leyendo un libro, una lectura que se arruinaba al caerle un vaso de agua en las hojas. Después, veían a su madre leyéndole el libro a otro niño desconocido, y volvía a caer el vaso estropeando el momento. La alegría de los críos iluminaba sus caras al ver que ‘el otro’ no podría seguir disfrutando de sus madres. Esta satisfacción maliciosa también ha sido estudiada en el fútbol. Uno de los trabajos más completos se realizó observando las emociones de aficionados holandeses ante el comportamiento de la selección alemana en el Mundial de 1998 y la Eurocopa de 2000.

DESEARLE UNA RABIETA A HITLER, QUIZÁ SEA UNO DE LOS SENTIMIENTOS MÁS SANOS DE LA HISTORIA. NO OBSTANTE, NO MERECE LA PENA PERDER EL TIEMPO EN DEBATES MORALES, PORQUE FORMA PARTE DE NUESTRA NATURALEZA Y DESDE QUE SOMOS MUY CRÍOS.

La reacción de los aficionados ‘oranje’ permitió comprobar que, lógicamente, los más futboleros disfrutaban más de las derrotas germanas. Pero más llamativo todavía fue comprobar que las derrotas del otro provocan más satisfacción cuanto más hegemónicos parecen ante nosotros, cuando nos amenaza un sentimiento de inferioridad. Esto es algo de lo que ya habló incluso Nietzsche, que consideraba la ‘schadenfreude’ más probable cuando jugaba en el terreno de los intereses propios. Nos hace gracia ver a alguien tropezar, pero nos morimos de gusto si el que tropieza es nuestro jefe déspota. El filósofo alemán creía que se trata de una “venganza imaginaria” que se activa con más fuerza cuando nos sentimos en desventaja. Es por eso que hay rivalidades futbolísticas que viven instaladas en una perpetua ‘schadenfreude’ aunque ni siquiera jueguen en la misma división. Lo más llamativo es que ver caer a nuestro archirival es un sentimiento tan poderoso que afecta a nuestro comportamiento más allá de la esfera deportiva. Incluso afecta al modo en que invertimos nuestro dinero.

Un estudio analizó la ‘schadenfreude’ entre los ‘tifosi’ de la Roma y la Lazio, los equipos de la capital italiana, y su influencia en el mercado de valores, ya que ambos clubes cotizan en bolsa. Durante la semana, las acciones suben si el equipo ha ganado, lógicamente, pero suben todavía más si el otro ha perdido.

E incluso las derrotas propias se compensan con las del rival. Uno de los estudios más renombrados sobre ‘schadenfreude’ en el deporte se realizó entre aficionados al béisbol. Unas neurocientíficas estadounidenses observaron mediante resonancias el cerebro de fans de los Boston Red Sox y los New York Yankees, la mayor rivalidad de este deporte, para ver cómo reaccionaban ante las derrotas de los otros. A los sujetos estudiados se le activaba en el cerebro el área de recompensa —la misma que se activa con el sexo o al comer chocolate— al ver perder al rival, ya sea contra su propio equipo o contra terceros. Y con más determinación cuanto más débil era su contrincante, es decir, cuanto más inesperada era la derrota.

SER ANTIMADRIDISTA O ANTIBARCELONISTA, LO MÁS COMÚN EN ESPAÑA, SERÍA EN REALIDAD UNA FORMA DE COSMOPOLITISMO PORQUE EN REALIDAD ESTÁS APOYANDO A TODOS LOS EQUIPOS DEL MUNDO

También en EEUU estudiaron si el dolor en el equipo rival producía este regodeo malsano analizando las reacciones ante lesiones en el equipo rival. A los seguidores de los equipos de baloncesto de Duke y Kentucky, en efecto, las lesiones de un rival le provocaban alegría. Y lo que es más sangrante: la satisfacción surgía independientemente de la gravedad de la lesión, ya fuera una leve torcedura o una pierna rota, los enemigos deportivos disfrutan con el daño físico del contrincante. Hay una realidad más poderosa y noble, cuando hablamos de ‘schadenfreude’ futbolística. Ser antimadridista o antibarcelonista, lo más común en España, sería en realidad una forma de cosmopolitismo porque en realidad estás apoyando a todos los equipos del mundo… salvo a uno. De este modo, puedes empatizar con bávaros, hermanarte con londinenses, abrazar italianos… Desear la derrota del otro te convierte en ciudadano del mundo.